22 de octubre de 2015

LOS CONFLICTOS Y LAS SUPOSICIONES


Los conflictos son una de las consecuencias de nuestra convivencia en grupo. Saber el origen, aquello que los causa, puede dar un poco de luz y comprensión a lo que se desata en los otros y en nosotros y en lo que genera el problema o la situación conflictiva, para prevenirla o para suavizarla o para tomar cierta distancia.


Básicamente hay tres causas principales que nos llevan al conflicto. Los mamíferos compartimos dos de estas causas. La tercera es exclusivamente humana.


La primera es el AGRAVIO PERSONAL.  Todo aquello que nos puede hacer daño, que tememos perder, que nos arrebatan, que queremos conseguir y que nos obstaculizan, que tememos dejar de controlar... Si un chimpancé quiere el plátano de otro, puede optar por arrebatárselo sin más. Aquí entra el sentido del yo, la competitividad, el miedo, el instinto de supervivencia... esta es la causa más habitual de conflicto en el reino del mamífero.


La segunda es el SENTIDO DE LA JUSTICIA. Se ha demostrado que muchos mamíferos tienen, como nosotros los humanos, un sentido de igualdad y justicia que los lleva al conflicto, cuando advierten que no son tratados de forma equitativa, o que no tienen los mismos privilegios que el de al lado, siendo ambos del mismo rango en la manada.


La tercera causa de los conflictos es totalmente humana, y tiene que ver con el desarrollo de nuestra corteza prefrontal, que nos hace prever, imaginar, pensar -cualidades totalmente útiles, pero que nos llevan a vivir en un mundo de ficciones más que de realidades-. Son las SUPOSICIONES.

-Si mi hijo no hace los deberes es que quiere demostrarme su poder.
-Si me mira la de la mesa de al lado es que piensa que tengo muy mal gusto vistiendo.
-Seguro que le caigo mal a mi compañera de trabajo. Ahora la veo reír con otros compañeros mientras me mira.
-Seguro que mi marido piensa que soy su esclava.
-Seguro que Fulanito no me acepta en el grupo. Voy a hablar mal de él. Lo esperaré a la salida del instituto.


Muchos de nuestros conflictos se basan en suposiciones. Porque a menudo, pensamos MAL de los demás (quizás esto sea también evolutivo). Suponemos, nos inventamos la vida, los pensamientos, los deseos, las motivaciones de los otros, porque ¡no los conocemos! No vivimos veinticuatro horas diarias en sus mentes, con lo que imaginamos sus pensamientos por ellos y nos creemos que es verdad lo que imaginamos. Casi siempre responden a las consabidas distorsiones cognitivas,  que nos llevan a simplificar las cosas, a personalizar lo que ocurre en el exterior, a "leer la mente" de los demás... Esto crea una actuación por nuestra parte que a menudo nos lleva a toda clase de porfías, enfados y malentendidos, y todo basado normalmente en quimeras. 


Nosotros sí estamos con nosotros mismos las veinticuatro horas del día, así que nos justificamos, nos comprendemos, sabemos por qué hacemos lo que hacemos, por qué miramos al de al lado, o por qué reímos, y los demás suponen por nosotros y nos echan en cara cosas que ni siquiera se nos han pasado por la cabeza. Pero nosotros ¡hacemos lo mismo con ellos! Quizás por eso, creemos que  nuestras opiniones siempre son las más acertadas y razonables, por supuesto, las hemos pensado nosotros, están corroboradas por nuestras experiencias (muchas veces sesgadas, pero de esto no nos damos cuenta), por nuestras lecturas, por nuestras reflexiones. Sin embargo, los demás también piensan lo mismo de las suyas.


Tener conciencia de las causas que nos llevan al conflicto, sobre todo de esta última del todo humana, puede que nos haga despertar de nuestro letargo imaginativo tan peligroso y empezar a enjuiciar nuestras propias suposiciones. Mejoraría sin duda nuestra convivencia si cuestionáramos por fin lo que se nos cuela dentro, sobre todo si nos entorpece la vida, la nuestra y la de los demás.

(Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. Su vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo.

Sin embargo, le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero, quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.

   Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo, estúpido!”.

Celia Antonini)

12 de octubre de 2015

REIVINDICO SER HUMANO





Ante las exigencias directas e indirectas de esta sociedad, reivindico.

Reivindico: "A veces no puedo conseguir lo que me propongo. Aprenderé a aceptarlo".


Reivindico: "La fuerza interior por sí sola no es suficiente. Ella siempre se ha nutrido, se nutre y se nutrirá de fuerzas exteriores".


Reivindico: "No puedo vivir siempre en el presente. Porque la preocupación forma parte de la constitución de mi cerebro, para prever problemas, y es útil. Aprenderé a gestionarla".


Reivindico: "A veces me enfado. Porque mis emociones y experiencias me llevan a eso sin que yo pueda hacer nada. Aprenderé a no hacer daño cuando me ocurra".


Reivindico: "A veces estoy triste. Sin la tristeza no puedo reconstruir lo roto ni asumir las perdidas".


Reivindico: "A veces me equivoco. La culpa que acompaña a la equivocación está diseñada para hacernos aprender de los errores".


Reivindico: "A veces tengo miedo. Es una defensa ancestral del mamífero para defendernos de los peligros".


Y sobre todo, reivindico:

No exijáis la completa felicidad,
la completa plenitud,
el completo control de emociones y pensamientos,
el completo equilibrio,
la completa serenidad,
la completa salud,
el completo desapego,


porque esto crea desasosiego, autoexigencia, y confusión, porque va en contra de nuestra naturaleza y porque de momento en este mundo solo soy un ser humano.




1 de octubre de 2015

EL DON DE LA PLASTICIDAD

(Dibujo de Patricia Adorna)

"Las neuronas que se conectan juntas, se activan juntas".
 Donald Hebb. 


Nuestro cerebro está lleno de millones de conexiones que se han formado, para bien y para mal, gracias a nuestras experiencias. Conexiones que unen hechos con sensaciones, pensamientos con emociones, imágenes con sentimientos, olores con acontecimientos, sabores o melodías con lugares o con voces o con personas... Por eso dos experiencias que se han conectado juntas -por ejemplo, el olor de la goma de borrar con la sensación de estar en el colegio- se activarán juntas a partir del momento en que se conectaron -por ejemplo, cuando volvamos a oler una goma, aunque hayan pasado veinte años-. En esto consiste ser plásticos. Es la manera de que el cerebro aprenda del entorno, de las experiencias, que van creando nuestros propios y únicos circuitos vitales que construyen nuestro mundo, nuestros recuerdos, nuestro yo. Afortunadamente, esta misma plasticidad nos facilita también que mueran conexiones y que siempre podamos crear nuevas.


Cuando una conexión se asienta y se reafirma una y otra vez, se convierte en hábito, se tatúa, se automatiza, sea positivo o negativo para nosotros. Y no es fácil, llegados a este punto, matar el hábito, porque el cerebro nos lleva una y otra vez a ejecutarlo, se nos viene a la cabeza tan fácilmente, es tan fuerte su llamada, que creemos que lo deseamos hacer, sentimos una motivación intensa. Supongamos que llevo mucho tiempo fumando y que he decidido dejar de fumar. Dejando a un lado el mono físico, el deseo de fumar me vendrá cuando en los momentos en que fumaba, mi cerebro relacione estos momentos con el hecho de tener un cigarro en la boca. Si después de comer me fumaba un cigarro mientras tomaba café -hemos conectado café con cigarro-, me moriré de ganas de fumar si no lo hago, porque se activará el recuerdo del tabaco a la hora de la sobremesa. Los hábitos ya hechos tienen la característica de hacernos creer que los deseamos hacer, por lo tanto la tentación es feroz. Si no aguanto las ganas volveré a fumar, pero si sabemos que ese deseo es fruto de una conexión anterior, un hábito tatuado, y que debo dejarla morir para que se haga otra nueva -o sea, tomar café sin fumar-, poco a poco y en aproximadamente tres semanas, morirá la conexión y ya no sentiré las ganas de fumar mientras disfruto de ese café. Poco a poco las nuevas conexiones irán sustituyendo a las nuevas. Si percibo el olor de las magdalenas de mi abuela después de muchos años, me vendrán a la memoria los momentos relacionados con ese olor, pero si las circunstancias hacen que se repita todos los días, dejaré de pensar en mi abuela porque el contexto de ese olor habrá hecho una conexión nueva con las nuevas circunstancias. Lo mismo pasaría con una música de la adolescencia. Si la escuchamos después de veinte años,  nos vendrán las sensaciones que vivimos en esa etapa de la vida, pero si la escuchamos cada día, la conexiones nuevas harán que ya no nos produzca ninguna sensación del pasado. Con el duelo ocurre lo mismo. Los momentos con el ser amado serán recordados cada vez que estemos en los mismos contextos que estuvimos con él. Cuanto más tiempo pase, los mismos contextos sin esa persona, habrán hecho nuevas conexiones, y aunque seguiremos amándola y recordándola, ese duelo habrá pasado, por lo que lo más doloroso, esa tristeza por el recuerdo constante de la pérdida, irá desapareciendo.


Tenemos la fortuna de ser plásticos. Y de que nunca dejemos de serlo (aunque la niñez sea la etapa más virgen y por lo tanto más rápida y eficaz en crear conexiones). Pero tenemos también la inmensa fortuna de poder saber que lo somos, y por lo tanto de tener la posibilidad de utilizar esta herramienta para nuestro provecho. Sabiendo cómo funciona el cerebro,  sabiendo que por repetición podemos destruir o crear nuevos circuitos, podremos ponerle esfuerzo al cambio de nuestros hábitos. O si queremos consolidar o establecer otros nuevos, podremos estar más motivados para tener paciencia con nosotros mismos, y dejarle tiempo para que mate conexiones indeseables y crear a voluntad conexiones nuevas que nos hagan la vida más agradable y más positiva. Como siempre,  el autoconocimiento, es una ayuda fabulosa en este mundo sin instrucciones. 

18 de septiembre de 2015

LA SANA PREOCUPACIÓN


"Los humanos estamos cableados para buscar el placer y evitar el dolor, potenciar el rango en la manada de los primates y proteger a los seres queridos; pero vivimos en un mundo el que son inevitables el dolor, el fracaso, la enfermedad, la muerte y otras decepciones. También estamos cableados para pensar incesantemente en la manera de mantener a raya estas dificultades, empleando un cerebro que está preparado para anticipar y recordar desastres, un cerebro exquisitamente diseñado para sumergirnos en pensamientos desasosegantes".

Ronald Siegel, La solución mindfulness

Todos nos preocupamos. Nadie que tenga una corteza prefrontal más o menos desarrollada y ningún problema neurológico estará libre de preocuparse. Pero, ¿por qué ocurre esto?, ¿es culpa nuestra?, ¿es una maldición de la naturaleza, un error, un defecto de la especie? La preocupación es evolutiva, es decir, la evolución se ha encargado de desarrollar esta estrategia fundamental para la supervivencia. No somos grandes cazadores, ni tenemos las posibilidades de otros animales, que con su fuerza o sus habilidades psicomotoras -como volar, trepar o subirse por las paredes-, han podido sobrevivir en un mundo donde podías ser devorado. Y a la vista de que aún seguimos aquí, algunas características hemos tenido que desarrollar para no haber desaparecido como especie. Una de ellas es la preocupación, o sea, imaginar acontecimientos, diálogos, conflictos, problemas... nos hace estar preparados, inventar estrategias, y que ya hayamos pensado previamente en la manera de resolver alguna situación. Sin embargo, este conocimiento se tiene poco en cuenta o más bien se desconoce y la preocupación está demonizada en esta sociedad, una sociedad que paradógicamente lleva al ser humano a preocuparse más que nunca, con las múltiples tareas y exigencias de la vida moderna. "No te preocupes", es el consejo más utilizado en estos tiempos en que toleramos poco el malestar y desconocemos sus causas, su utilidad, su funcionamiento. Por lo tanto en un mundo como el nuestro, en el que pensamos que no vivir el presente es apartarse del camino de la felicidad o la iluminación, decir que vivir sin preocuparse es peligroso para la supervivencia,  es correr el riesgo de que se rían de ti o  de que te tomen por loca. Pero si lo pensamos bien, una vez aceptado y analizado, quizás este conocimiento no nos parece tan descabellado,  e incluso puede ayudar a aliviarnos, a deshacernos de la otra autoexigencia de moda, que es vivir en todo momento en la plenitud del presente. La preocupación, igual que la señal de hambre o la sed, es NECESARIA. 


Entonces, ¿cuál es el problema? El problema está en el uso que le damos a esa herramienta. ¿La usamos solo cuando la necesitamos realmente?, ¿la usamos correctamente?, ¿estoy dándole una credibilidad absoluta a esta idea anticipatoria que estoy viendo?, ¿me hace sentirme mal antes de que ocurra y esto determina mis actuaciones?, ¿estoy alimentándola más de lo conveniente?, ¿por pensar tanto, estoy haciendo que el pensamiento se vuelva confuso, y que me bloquee?

Una de las herramientas que nos ayudan a anticipar situaciones, es la imaginación, de la que hablamos en la entrada anterior. La misma imaginación que nos hace crear obras de arte, tiene la función de prever, visualizar hechos posibles -aunque ya sabemos que muchas veces nuestros miedos nos hacen preocuparnos por situaciones más que improbables- aún no ocurridos. ¿Y si sucediera esto?, ¿y si no puedo conseguirlo?, ¿y si Fulanito me dice? ¿y si el avión tiene un accidente?... y visualizamos qué sucederá y por supuesto cómo me sentiré, puesto que la fuerza de la imaginación tiene en la mente y en las emociones casi el mismo poder que la realidad. Ya lo decía Mark Twain: "Soy un hombre muy viejo, que ha vivido muchas desgracias en la vida, la mayoría de las cuales no me han sucedido nunca". Al vivirlo como si fuera real, nos dejamos llevar por la ficción que creamos en nuestro interior. Pero al fin y al cabo, nunca sabemos cómo van a irnos verdaderamente las cosas, incluso si suceden. Como dice Mario Benedetti: "No sabemos cuan incandescentes o incombustibles somos hasta que pasamos por alguna hoguera".

Por lo tanto, quitarnos la preocupación no es el objetivo, sino primeramente, aceptar que si somos humanos, vamos a preocuparnos, y después, aprender a gestionar esta herramienta lo mejor posible, sin que ella nos perjudique innecesariamente. Quizás la pregunta mejor que podemos hacernos cuando nos sintamos preocupados es: "¿Es útil esta preocupación?". Si nos acostumbramos a mirar desde fuera esta tendencia ancestral y preguntarnos esto, tendremos más posibilidades de analizar si la preocupación tiene fundamento y debemos entonces actuar. O si es mejor no hacerle demasiado caso, y echarla directamente al cubo de la basura mental, dándole tiempo al organismo para que la emociones derivadas de ella, vayan pasando. Igual que pasa una terrible tormenta.



10 de septiembre de 2015

LA IMAGINACIÓN NO MUERE, SE TRANSFORMA



("Pintando ilusiones" de Rob Gonsalves)


Llevo escuchando toda la vida, la afirmación de que los niños nacen con una ilimitada imaginación y de cómo los adultos y maestros se la destrozamos con nuestros dogmas, nuestra cerrazón, nuestra estrechez de miras. No voy a decir que no sea verdad que nuestro sistema educativo necesita un profundo cambio, o que los adultos, con  nuestra visión del mundo a veces no dejamos que  los niños se expresen libremente, porque es cierto. Pero no podemos echar la culpa de una supuesta "atrofia" de la imaginación infantil a estas dos realidades, porque la imaginación sufre un proceso, una transformación, queramos o no, inevitable con el paso de los años, casi independiente de estos factores.


Los niños nacen en un mundo extraño. Sin saber cómo hay seres con picos que vuelan, mariposas de raros colores, reptiles que suben por las paredes, nubes de divertidas formas, pelotas colgando del cielo, luces que brillan en la oscuridad cada noche, personas que andan con dos pies y que tienen dos manos para hacer cosas... En ese mundo extraño, ¿por qué no puede haber duendes, hadas, monstruos en la habitación?, ¿por qué no pueden existir brujas que comen niños, camiones voladores, superhéroes que salvan planetas, árboles que andan? En el mundo infantil, que no conoce aún lo posible y lo imposible, la imaginación no tiene límites, porque se nutre de las infinitas manifestaciones extrañas de la realidad que van conociendo. Después, cuando van creciendo, cuando ya tienen suficiente información de cómo perciben el mundo con sus sentidos, sus estructuras, con los comportamientos de las personas y sociedades donde nacen..., el niño ya no puede creerse lo del ratoncito Pérez  o que a los bebés los trae la cigüeña o que si no comes, vendrá el coco y te llevará. Esas fantasías sin límites van desapareciendo. Y con ellas, su tendencia a inventar cuentos, historias, dibujos llenos de matices extraordinarios... Inevitablemente, sus propias experiencias le cortan las alas a la imaginación sin fronteras, y es en este momento cuando los adultos y maestros podemos fomentar que, aunque sea positivo distinguir la realidad -aquella que nuestro cuerpo y nuestra mente nos dejan percibir- de la fantasía, nunca dejen de practicarla de manera lúdica, o práctica, o incluso terapéutica.


Pero la imaginación nunca muere, solo se transforma. Tiene una función crucial para nuestra supervivencia. Esta herramienta nos capacita para que podamos visualizar situaciones POSIBLES, está diseñada fundamentalmente para esto, para anticiparnos a acontecimientos, diálogos, problemas, y que podamos crear estrategias para resolverlas o practicarlas de la mejor forma. Esto es uno de nuestros seguros de vida. Y si nos damos cuenta, los adultos CASI SIEMPRE estamos imaginando, viviendo momentos ficticios que creamos en nuestra mente y que nos hacen sentir bien o mal, dependiendo de lo que imaginemos. Casi siempre estamos sumidos en una especie de letargo donde todo cabe: "¿Y si Fulanita me dijera esto o aquello?", o "posiblemente mi hijo esté ahora mismo en la calle en vez de en el instituto", o "seguro que me pondré nerviosa en el examen, habrá un examinador terrible, hará calor, se me olvidará todo lo que he estudiado", o "quiero ir a esa playa, sé que me relajaré, que me olvidaré de todo, que será una delicia"... y nos visualizamos con todo lujo de detalles en esas situaciones, o inventamos cómo piensan o actúan los demás, presuponemos qué pasará, y nos sentimos de una manera determinada por esas imágenes que creamos. Si lo pensamos bien, no dejamos casi nunca de imaginar. 

Por lo tanto, no nos echemos la culpa de matar la imaginación de los niños. Mejor ocupémonos de que no se apague la vela de su creatividad ilimitada, porque la fantasía, el arte, el ingenio... son una maravillosa consecuencia de esta herramienta evolutiva, que merece la pena alimentar, y que nos hace la vida más plena y más feliz.




31 de agosto de 2015

RESILIENCIA ≠ FORTALEZA INTERIOR



Ahora se está extendiendo la idea de que el ser humano tiene que sacar su fortaleza interior en cualquier circunstancia, que en realidad lo que importa no es lo que nos ocurra -no importa que hayas tenido una infancia de malos tratos o que te hayas visto obligado a abandonar tu tierra y tu familia para buscar trabajo en otros lugares, o que hayas perdido la columna en un accidente-, sino tu forma de afrontar los acontecimientos. Entonces te clasifican en "tiene o no tiene fuerza interior" y si te hundes por algo, en el fondo piensan: "Qué débil es", como si salir adelante a pesar de lo que ocurra sea una exigencia que depende exclusivamente de ti. Pero, ¿este pensamiento no nos libra a todos los demás de mejorar las cosas? Me suena a la misma línea del individualismo, que trae consigo que la sociedad se desembarace tranquilamente de lo que no le gusta ver, de la desgracia ajena, de las barbaridades que ocurren diariamente. Esto nos quita la responsabilidad de cambiar las cosas, porque desde este prisma, ¿no corremos el riesgo de convencernos de que no tenemos que hacer nada porque lo que importa es cómo las personas afrontan sus vidas?


Lo peor de todo es que han tomado la palabra Resiliencia -que precisamente viene a quitarnos esa idea de la cabeza-, como sinónimo de este concepto de "fuerza interior". Veo que a veces, sin profundidad alguna, se están dando talleres, cursos y jornadas con su nombre, hablando más de lo mismo: "Eres resiliente" o "no eres resiliente". Nada más lejos de la realidad. El término Resiliencia es mucho más amplio, más rico y más profundo que todo esto y sobre todo es un proceso que nos concierne a TODOS,  que todos podemos y debemos contribuir a la mejora de la calidad de vida de las personas que nos rodean, tanto para ayudarles a cambiar sus circunstancias, como para dotarlas de recursos para que se reconstruyan. La resiliencia es un concepto que echa por tierra la simplificación tan peligrosa de que solo hace falta fortaleza interior para salir adelante, porque somos más que un individuo; nos construimos y reconstruimos para bien y para mal en función del entorno que nos toca vivir, y el proceso se completa con más de un pilar individual. De hecho uno de los tres pilares fundamentales para que se dé este proceso de reconstruccion, es la figura del Tutor de Resiliencia, que puede ser una persona, o una religión, o el arte..., pero siempre algo exterior a nosotros. (Para profundizar y no mal usar esta palabra invito a las lecturas de Cyrulnik y sobre todo el paseo por un blog que no tiene desperdicio y que, entre otras muchas ideas interesantes y necesarias, pone en su sitio estos conceptos: www.disparefuturo.wordpress.com).


Una vez leí un cuento sobre una niña que tiene una infancia desgraciada, y en su desesperación y soledad, cuando está a punto de darse por vencida, una anciana la ve y le dice al oído unas palabras. A partir de ese momento, la niña empieza a ver las cosas de otra manera,  encauza su vida y se hace toda una mujer llena de amor y amigos. En el lecho de muerte, rodeada de sus familiares, estos le suplican que les revele las palabras de aquella anciana de su niñez, que tanta fuerza y motivación le han dado,  y ella les dice:


-Me dijo que en cualquier momento y en cualquier lugar alguien me necesita.


La resiliencia afortunadamente va más allá de nosotros mismos, es un proceso con el que salimos todos ganando, que tiene múltiples direcciones y que nos alivia, nos completa y nos devuelve al regazo de esa humanidad tan amplia y dispar en la que hemos nacido.


31 de julio de 2015

CARTA DE AMOR A QUIEN VIVE CON NOSOTROS



El verano es un momento especial para las parejas. Para bien y para mal, tienen más tiempo para estar juntos, para disfrutar de la compañía sin el estrés excesivo del invierno o para tirarse los trastos a la cabeza por no poder aguantar las manías o los comportamientos del otro. 

En Sopa de Pollo para el Alma, Jo Ann Larsen escribe un relato contando una de sus experiencias en su matrimonio. Su marido Larry y ella eran una pareja normal. Atendían lo mejor que sabían las tareas de la casa y a los hijos, pero la rutina poco a poco iba adueñándose del hogar. Llegó un momento en que se culpaban por todo, que discutían por lo más mínimo y que centraban su mirada en lo negativo del otro. Pero un día Larry empezó a actuar de forma extraña y diferente. Bajo la incredulidad de Jo Ann, Larry comenzó a darle las gracias por todo cada día, reconocía sus esfuerzos o simplemente valoraba su compañía. Una vez que ella se acostumbró a la situación, empezó a notar que los sarcasmos, las ironías y los malos modos que ambos mostraban, iban disminuyendo y que se sentía más liviana y alegre. Nunca supo qué llevó a su marido a emprender ese cambio, pero como ella misma dice, "es un misterio con el que me encanta convivir".

Cuando nos enamoramos, la misma naturaleza se encarga de hacernos seleccionar los aspectos positivos de la otra persona e idealizarla. Hasta sus defectos nos gustan, distorsionados por la mano de la atracción. Es un mecanismo más que eficaz para impulsarnos a la pasión y a la reproducción de la especie. Pero pasa el tiempo. La venda que nos hacía no ver defecto alguno, cae y un día sin darnos cuenta, puede pasar que vayamos al otro extremo, a otra ceguera quizás aún peor: ver solo los aspectos negativos, mientras que los positivos quedan nublados por la fuerza de la rutina, el cansancio, las malas interpretaciones...


Si aprendiéramos, como Larry, a abrir los ojos y ampliar la mirada, a no quedarnos con solo una parte de la realidad de los otros, quizás las personas que nos rodean estarían más motivadas para sacar lo mejor de ellas mismas. Y aprenderían a su vez a vernos también en nuestra totalidad.


El ejercicio de escritura que propongo a continuación está extraído del libro de escritura terapéutica y tratará de ampliarnos esa mirada cuando vivimos en pareja:


Escribe una carta de amor a la persona de la que te enamoraste y con la que convives, resaltando las virtudes y cualidades que más valorabas de ella. Deberás redactar una nueva  cada día, manifestando cada vez más pasión e ilusión en la relación. Después de una semana escribiendo a la persona que fue, fíjate durante la convivencia en aquellas cualidades que siguen intactas y que tanto te enamoraron. Cuando creas estar preparado, redactarás una última carta de amor a la persona que es ahora, y si quieres, podrás entregársela.